Cada cierto tiempo me gusta hacer una limpieza de armarios. Tarea típicamente femenina que los hombres no comprenden porque ellos rara vez conservan algo. En el fondo me dan envidia. Los hombres. Tienen lo que necesitan y se deshacen de todo lo demás.
En fin. La cuestión es que ayer por la tarde comencé empezando por la ropa ("comencé empezando"... ¿está bien dicho?). Tengo abrigos y pantalones de hace una década. ¿Por qué? Pues porque en su día me gustaban mucho y como me siguen quedando bien y están en buen estado los conservo con la esperanza de que vuelvan a ponerse de moda. Sin embargo debo ser realista. Si algún día vuelven a ponerse de moda quizá hayan pasado otros diez años más, y entonces... ¿tendré edad para ponerme según qué cosas? Me temo que no. Así que he comenzado la operación de limpieza. Con todo el dolor de mi corazón, pero hay que desprenderse de cosas.
Pensaba colgar una foto de mis armarios abiertos para que se aprecie el desaguisado, pero después de hacerlas me he sentido mal. Me da pudor. Es como si me mostrara desnuda delante de todos. No, no, no. Deciros que son grandes y hermosos, eso sí. Los armarios. Y ése es el problema. Que cuando tienes sitio de sobra acumulas sin miedo porque todo te cabe, y cuando quieres darte cuenta resulta que te encuentras en paños menores delante de un armario de tres metros lleno de trapos y vas y dices:
-¡No tengo nada que ponerme!
Esa soy yo. Dos armarios empotrados hasta el techo, uno de metro y medio en mi cuarto y otro de tres metros en el pasillo. Los dos llenos hasta arriba de todo tipo de prendas, pero luego resulta que no tengo nada que ponerme porque mi vestuario es de tiempos de la guerra civil. La guerra civil americana.
Ejemplo práctico. Acabo de contar ocho pantalones de vaquero. Uno de ellos blanco, otro negro y el resto (seis) azules de diferentes tonos y lavados. Un delirio. De todos ellos sólo uso el negro y dos de los azules. El resto los conservo "por si acaso". ¿Por si acaso qué? Pues no sé. Están viejos. Por si tengo que pintar la casa (improbable, porque prefiero un chandal viejo, también tengo varios). Por si voy al campo (más improbable aún, voy poquísimo y prefiero un chandal viejo, no sé si lo he dicho ya, pero tengo varios). O sea. De mis ocho pantalones de vaquero, creo que me voy a quedar con los tres que uso y el blanco por si acaso. Ya estamos. ¿Por si acaso qué? Amaia, contrólate. Esto es una operación limpieza, no una operación rescate.
Y así con todo. Ayer por la tarde me dediqué a probarme ropa y ver realmente qué puedo ponerme y qué no. Agotada estoy. De momento voy a librarme de mi colección de vaqueros trasnochados, unas sandalias azules de hace la tira de años que están horrorosas (¿por qué las he guardado tanto tiempo?), una parka que a fuerza de lavarla ya no abriga y un pantalón que en vez de pata de elefante parece que tiene pata de mamut de lo anticuado que está.
Seguiremos informando. Si sigo viva, claro. Porque cuando acabe con la ropa y los zapatos me voy a poner con los libros y los papelotes. Eso sí que va a ser una risa.