A todos nos han parado alguna vez en la calle con la excusa de endosarnos una nueva y por supuesto ventajosa tarjeta de crédito, pero lo de hoy me ha parecido excesivo.
Salgo del supermercado Leclerc de hacer la compra para el fin de semana y me para un chavalín de dieciocho o veinte años EN EL APARCAMIENTO. Yo iba totalmente concentrada en mis pensamientos y de repente me asalta un jovenzuelo que sale de entre los coches y para empezar me da un susto de muerte. Aprensiva que es una. Además su aspecto no era el de un comercial típico. Éste era un pintas y estaba fumando no sé qué. (Qué horror, estoy hablando como mi abuelo). Ha empezado a hablarme a toda velocidad repitiendo todo el tiempo lo fácil que es apuntarse para recibir esta nueva y estupendísima tarjeta. Sólo me llevará unos minutos y blabla... antes de que me haya dado tiempo a decirle que no me interesa, va y me suelta que sólo por darle mis datos él ya cobra cinco euros, y que por favor le deje rellenar la ficha para así poder cobrar. Cuando me llegue la tarjeta puedo romperla y cancelarla, pero a mí no me apetecía y le he dicho que ni hablar. Que luego mis datos quedan en un limbo informático-administrativo y acabo recibiendo todo tipo de publicidad y llamadas no deseadas. Lo tengo clarísimo, así que me he deshecho de él. Encima ahora que me doy cuenta, en ningún momento me ha hablado de las supuestas ventajas de ser titular de esa tarjeta. En lo que incidía una y otra vez es en que él ganaba cinco euros por apuntarme y luego yo podía borrarme cuando me llamaran por teléfono.
Me he subido al coche con muy mala sensación. No me gusta que me aborden de esa manera en un aparcamiento. No me gusta que me presionen diciéndome "si te apuntas gano cinco euros, no te cuesta nada". No me gusta ese chantaje emocional, ese jugar con el sentimiento de culpa de quienes tenemos un trabajo y sabemos lo afortunados que somos por tenerlo cuando tantos lo están pasando mal. No me gusta haber visto la mirada limpia de ese chico tan joven y haber recordado lo duro que es empezar. Lo duro que es tener que vender tarjetas de crédito, seguros o contratos de teléfono y no comerte una rosca porque son trabajos muy duros y desagradables en los que la gente sólo quiere librarse de ti.
Habrá pensado que soy una burguesita cuarentona, insolidaria y fascistoide. Quizá tenga razón aunque yo crea que soy de izquierdas. Tal vez he acabado siendo una de esas mujeres acomodadas que van al super y compran salmón y carpaccio y no quieren que las molesten con las miserias ajenas. Una de esas que cuando están deprimidas se compran algo para levantar el ánimo. Una de esas que arrugan la nariz ante según qué cosas y según qué personas. Lo dicho. Parezco y probablemente soy una burguesita cuarentona. Y lo más triste es que mi estatus económico no es el de una burguesa y ni siquiera he cumplido los cuarenta. Qué decepción.