¿Por qué es tan diferente la luz de Venecia? En Lisboa es brillante, alegre, vital. En París es estimulante y un poco decadente, como la propia ciudad. En Londres la luz es casi un milagro. En Venecia, la luz no es luz. Es color, calidez, puro arte.
La primera vez que fui a Venecia ya conocía las pinturas de la escuela veneciana, y siempre creí que el peculiar colorido utilizado por los artistas de la época era sólo una cuestión de estilo que los diferenciaba del resto. Ahora sé que no es así. Pintaban la ciudad tal y como la veían. No la idealizaban ni la pintaban con colores maravillosos para embellecerla. La pintaban tal y como es.
Me imagino a un caballero de los de entonces transportado a nuestra época, caminando por las calles que un día conoció tan bien. Asombrándose ante la extraña indumentaria de los muchísimos turistas que llenan la ciudad y el desparpajo de las mujeres que caminan en pantalón o falda corta. Entristecido al mirar los edificios estropeados por la humedad, cada año un poco más hundidos y torcidos. Preocupado pensando qué ha sido de aquella magnificencia que conoció y que hoy es un cúmulo de tenderetes y tiendas orientales de falsificaciones venecianas. Y cuando empieza a creer que se ha equivocado y que el lugar que visita no es real, que no es el lugar en el que vivió hace tanto tiempo, ocurre el milagro. Llega el atardecer. La ciudad se envuelve en tonalidades misteriosas y sugerentes y el caballero piensa. "No me he equivocado. Es Venecia. Estoy en casa." Y sonríe, feliz.