miércoles, 22 de diciembre de 2010

Condicionamientos económicos

El dinero no da la felicidad. Cuántas veces hemos escuchado o leído esto. Muchísimas. Sin embargo, cada vez estoy más convencida de que aunque no nos haga felices, sí nos ayuda a conseguir muchas cosas que pueden ayudarnos a serlo.

No me refiero a comprar cosas materiales. Todos podemos prescindir del último modelo de coche, del portátil más moderno o de los zapatos que hemos visto en un escaparate. A veces el dinero sirve para independizarse de una familia autoritaria, para casarse, para divorciarse, para tener tiempo para uno mismo.

Una de mis compañeras de trabajo está intentando separarse. Para ella, como para tantas otras personas, el problema es económico. El dinero hace que no pueda tomar todas las decisiones que le gustaría, y la precaria situación laboral no la anima a dar todos los pasos. Supongo que muchos la considerarán una cobarde por no lanzarse, pero creo que antes de tachar a una persona de cobarde es necesario conocer todos los detalles de la situación.

La realidad del asunto es que necesitamos dinero para conseguir ser felices, cada uno a su manera y según sus circunstancias personales.

En mi caso particular y dada mi salud, lo que me gustaría es comprar más tiempo para mí. Me gustaría poder pedir una reducción de jornada que me permitiera descansar algún día entre semana. Un día para mí solita.

Me parece que tal y como están las cosas, soñar es lo único que no cuesta dinero.

sábado, 18 de diciembre de 2010

Sexo en Nueva York 2


Al final tenía que verla, era inevitable. Como fan de la serie, tarde o temprano he acabado viendo las películas. Ambas me han decepcionado, pero la segunda es todavía peor que la primera. A pesar de eso tiene momentos divertidos y hasta memorables, pero está muy lejos del espíritu de la serie. Las cuatro amigas se han convertido en unas marujonas y sólo Samantha Jones consigue alegrar la función en momentos puntuales y a costa de ser una caricatura de sí misma. Una pena. Paso revista.



Carrie Bradshaw. Lleva dos años casada y está a punto de publicar otro libro. Su vida matrimonial va bien, pero Big y ella tienen muy claro que no tendrán niños porque no es lo suyo y surge el fantasma de la rutina: el miedo a convertirse en uno de esos matrimonios aburridos que se dedica a ver viejas películas y ya no sale por ahí a divertirse o a hacer nada. Creo que se le podría haber sacado mucho partido, y los guionistas no profundizan en absoluto en ello y lo tratan de manera muy superficial y previsible. Ella se encuentra con un antiguo novio y surge la ocasión-tentación. Esto la obliga a reflexionar sobre el presente y el futuro de su matrimonio. Qué hacer cuando surge la rutina en una relación es un tema interesante y totalmente real, pero desgraciadamente los guionistas están demasiado preocupados por mostrarnos los zapatos de Carrie como para centrarse en lo que de verdad hizo famosa a esta chica y su serie: la dificultad de las relaciones de pareja.



Miranda Hobbes. Mi personaje favorito. Su historia en esta película es la más jugosa de todas. Miranda se ha convertido en la típica superwoman, una de tantas mujeres que son madres de familia y además tienen un trabajo de responsabilidad. Miranda es socia de un importante bufete de abogados, pero su trabajo la absorbe hasta el punto de no poder atender debidamente a su hijo. Es su marido quien siempre acude a las funciones escolares, y el niño ha asumido que las cosas son así y que no puede pedirle nada a su madre. Es una mujer fuerte y con carácter, ambiciosa y con un estilo de vida planificado que la obliga a superarse a sí misma constantemente. Como madre, esposa y abogada. Aparte de ser elegante, claro. Todos conocemos a mujeres de este tipo. No han querido renunciar a la maternidad pero al mismo tiempo desean tener una profesión que les permita ser independientes porque no quieren ser como sus madres y abuelas. El detonante será que una vez más Miranda no puede acudir a una función escolar, y pocos minutos después de decirle a su hijo que no podrá asistir la vemos en una reunión de abogados en la que es la única mujer y nadie parece apreciar su trabajo ni su voz. La humillan y le roban un caso que ella misma había preparado y presentado. Ante eso tendrá que plantearse si su vida es realmente como ella deseaba y si de verdad tiene lo que quiere o lo que merece. Creo que muchas mujeres se sienten así todos los días, y la presión para ellas es enorme. Si tienes un trabajo de responsabilidad, uno de esos puestos "de hombres", resulta que te sientes fracasada como madre o amante, pero si te dedicas a la vida familiar te sientes fracasada profesionalmente. Desgraciadamente el problema se resuelve en diez minutos de película. Creo que merecía más atención y reflexión. Los guionistas han perdido otra buena oportunidad.




Charlotte York. Su historia es muy floja. Sigue siendo la niña pija de Park Avenue que se ahoga en un vaso de agua. Ejemplo: tiene dos niñas y cuando una de ellas le estropea su falda vintage de Valentino se echa a llorar porque ya no puede más con las diabluras de las niñas, así que se encierra en la alacena a llorar como una estúpida. En fin. Es Charlotte. Qué más puede decirse. Bueno, sí. Puede decirse que la falda se ensucia por su culpa, porque se la había puesto para trajinar en la cocina. Algo así sólo podría ocurrírsele a una cabecita llena de pájaros como Charlotte. Ni siquiera Carrie es tan pijotera como para cocinar vestida de Valentino y luego llorar encerrada en la alacena. Lo único potable de su historia es la niñera, una irlandesa que da bastante juego.



Samantha Jones. Lo mejor de la función. No tiene historia. Simplemente es Samantha. A los 52 años sigue siendo ella misma. Llama a las cosas por su nombre y sabe que es una mujer influyente que ha trabajado muy duro por llegar a donde está, así que no se anda con tonterías y dice lo que piensa. Sus chistes sobre la menopausia son de lo mejorcito de la película, pero en algún momento se pasan un poco. Samantha siempre ha sido la devoradora de hombres, pero hay momentos en los que parece una caricatura de sí misma. De todas formas, tiene momentos muy divertidos y frases antológicas.

La verdad es que esta película ha hecho que la primera parezca buena, pero yo sigo pensando que hagan lo que hagan, la serie era insuperable.

Resumiendo: los guionistas han perdido la oportunidad de contarnos qué fue de aquellas chicas treintañeras que buscaban amor, pasión o simplemente sexo. Se conforman con darnos algunos datos de sus vidas actuales y luego facturarlas en un avión a Abu Dhabi para rodearlas de lujo, modelitos sorprendentes y situaciones sonrojantes por lo ridículas que resultan. Se ha dado más importancia al estilismo que a las vivencias de estas cuatro mujeres que han sido un modelo para muchas otras. No porque pretendamos vestirnos como ellas o tener sus zapatos (aunque tampoco nos importaría...) sino porque durante seis temporadas nos contaron cómo veían a los hombres y cómo era el sexo con ellos. Sin tabúes, sin miedo y con muchísimo humor. Esta serie fue una bocanada de aire fresco en muchos sentidos, pero con el tiempo ha acabado convirtiéndose en un escaparate de firmas de moda. Una pena, porque era mucho más que eso.
Miedo me da ese proyecto con Miley Cirus (que hace un cameo en la película) sobre la adolescencia de Carrie. Una precuela que a simple vista ya me está dando urticaria., pero que inevitablemente acabaré viendo.

jueves, 16 de diciembre de 2010

¿Derechos de los trabajadores?

En noviembre sufrí una de mis habituales crisis laborales, y una vez más me planteé si me conviene seguir donde estoy. Problemas con la jefa, camarillas internas, mala organización de centro, problemas de contrato... y lo peor de todo: la sensación de no estar enseñando nada a mis alumnos porque los criterios que se siguen no son los adecuados para niños de una escuela de música. Siento que pierdo mi tiempo y mi energía, que mi trabajo no sirve para nada, y cada vez tengo más claro que el motivo de mi eterno cansancio pueden ser las malas condiciones laborales.

Hoy, tengo un motivo más para decir que mi trabajo me está matando.

El jueves pasado se estropeó la calefacción. El lunes continuaba sin funcionar, y lo normal hubiera sido cerrar el centro y marcharnos. Pues no. Resulta que no podemos dejar a los niños sin clase, así que una servidora estuvo dando clase de cuatro de la tarde a nueve y media de la noche A DIEZ GRADOS. Desde las cinco nos tuvimos que poner los abrigos, guantes, bufandas... el resultado es que luego sales a la calle y te parece que vas desnudo. Todo esto en una época del año en la que están cayendo unas heladas de impresión.

Ayer recibo este bonito mensaje de mi jefa "A trabajar, chavales! Si podéis traer calentadores mejor". Para matarla. A pesar de los calentadores, el frío de ayer fue horroroso, y yo salí a las nueve de la noche totalmente helada y con una tiritona de aúpa.

Lo más deprimente es que el ayuntamiento cerró los demás servicios. La biblioteca, la ludoteca, las aulas de E.P.A., las clases de dibujo... todo quedó suspendido excepto la escuela de música. Me siento como una trabajadora de segunda. Soy una trabajadora de segunda. No puedo decir que el ayuntamiento, ni el alcalde, ni el concejal de cultura me hayan obligado a trabajar tapada como un esquimal y dando saltitos como Chiquito de la Calzada para entrar en calor. La culpa es de mis compañeros y mi jefa, puesto que son ellos quienes opinan que no se puede dejar a los niños sin clase. Creo que confunden la profesionalidad con la imbecilidad. Luego nos quejamos de que no nos respeten, cuando en realidad somos nosotros mismos quienes nos ponemos trabas. Si nosotros no ponemos unos límites y nos hacemos respetar, luego no podemos quejarnos.

A pesar de mis protestas, nadie quiso cerrar la escuela. Claro, algunos de mis compañeros trabajan sólo un par de horitas y luego se van a casa. La mayoría trabaja uno o dos días a la semana, así que no les parece que sea para tanto. Yo trabajo todos los días entre cuatro y cinco horas y soy la más perjudicada junto con otra profesora.

Hoy me he levantado con treinta y ocho de fiebre y el pecho congestionado. El médico me ha dicho que si no se me pasa habrá que hacer placas. Por supuesto, estoy de baja.

Que en el siglo XXI te obliguen a trabajar a diez grados y encima te envíen un mensajito recomendándote que te lleves un calentador me parece increíble, pero así están las cosas.

domingo, 12 de diciembre de 2010

Atados al pasado

Anoche me dijeron que vivo más en el pasado que en el presente, y que eso no es bueno.

Cuando hablo del pasado, lo hago con nostalgia la mayor parte de las veces. Como si cualquier tiempo pasado fuera mejor.

No tengo la sensación de que cualquier tiempo pasado sea mejor, más bien al contrario. Mi vida familiar no es precisamente algo que añore, pero sí es cierto que cuando hablo de mi niñez o de las personas que conocí en otra época lo hago con cariño y con añoranza, a pesar de todo lo que ocurrió. Incluso cuando hablo de mi época de estudiante, tiendo a ser más benévola que realista, porque no fueron tiempos particularmente felices. Entonces ¿por qué lo hago? ¿por qué lo hacemos muchos de nosotros?




Creo que lo que añoro es la ilusión que sentía entonces, la sensación de que todo estaba por hacer, de que todo era posible. Con la edad vamos cerrando puertas porque vamos tomando decisiones. A veces acertamos y a veces nos equivocamos. En eso consiste madurar, y es un camino largo que nunca termina.

Añoro a la chica que fui, tan llena de fantasías y con tantos proyectos en la cabeza. No la añoro porque quiera ser ella, ni mucho menos. Me alegro de ser como soy, pero la recuerdo con cariño, como a una vieja amiga a la que no vemos hace muchos años y a la que sabemos que no volveremos a ver. Cuando veo a las adolescentes de ahora, sonrío pensando que yo fui como ellas. Igual de tontorrona, de rebelde, de provocadora y provocativa. No deseo volver atrás ni ser como era entonces, pero no puedo evitar enternecerme cuando recuerdo aquella época. Por supuesto que también era una estúpida engreída que se creía que iba a comerse el mundo, salía disfrazada de mamarracho pensando que con semejante pinta conseguiría gustarle a algún chico y me parecía que mis padres no me comprendían y eran unos pelmazos, pero incluso eso lo recuerdo con cariño.

Me desvío del título del post.

El tema surgió porque anoche estuve hablando de la adolescencia y la época de estudiante, pero en otras ocasiones me da por hablar de mis abuelos, de mi infancia o de yo qué sé qué. Quizá sea cierto que efectivamente hablo del pasado más que del presente, pero eso no significa que desee volver atrás. Por otra parte, quienes viven permanentemente atados a sus recuerdos no pueden disfrutar del presente, ése es el quid de la cuestión y lo que se me planteaba.

¿Disfruto de mi presente? Creo que sí. Yo diría que sí. ¿El comportarme como una abuelita que siempre está contando batallitas me convierte en alguien que no aprecia lo que tiene porque parece que añora lo que ya no está aquí? Yo diría que no, pero debo admitir que el razonamiento es perfectamente lógico.

Los recuerdos forman parte de nuestra vida, para unas personas más que para otras, pero se escriben en pasado y eso debe relegarlos a un segundo plano. Por higiene mental de quien recuerda, pero sobre todo por respeto a quien escucha.


domingo, 5 de diciembre de 2010

No dejes para mañana...

Una de las primeras cosas importantes en quienes tienen síndrome de fatiga crónica es aprender a distribuir el tiempo y las tareas de una manera inteligente y coherente. En realidad esto sirve para cualquiera y el viejo refrán es aplicable a todos, pero en los pacientes de SFC es vital y una cuestión de supervivencia. Si te organizas mal y se te amontonan las tareas no podrás llevarlas a cabo porque tu resistencia no es como la del resto de la gente, y entonces llegan los agobios y como diría mi madre "el crujir de dientes".


Lo recomendable es hacer una lista y tener una agenda diaria. Esto puede parecer infantil o excesivamente meticuloso, pero es muy importante. Es fácil dejar para mañana tareas como hacer la plancha ("hoy no necesito esta ropa"), la compra ("con lo que tengo en la nevera puedo pasar hasta mañana..."), la limpieza de la casa ("estoy sola y no tiene que venir nadie, ya pasaré el aspirador mañana") y así un sinfín de cosas que no son urgentes pero sí necesarias. Al final se te acumulan y lo que está claro es que el mismo día no puedes planchar, hacer la compra, limpiar la casa... y además ir a trabajar o quedar con los amigos. Quizá otras personas sí puedan, incluso es posible que tú pudieras en otro tiempo, pero eso ha cambiado y no basta con asumirlo y resignarse. Hay que organizarse. No puedes decir "Tengo SFC y ya no puedo hacer todo lo que hacía antes". Sí puedes, pero de otra manera.

Lo primero es clasificar las tareas según el grado de esfuerzo que requieran. No es lo mismo planchar que ir a la compra o cocinar. Personalmente encuentro especialmente agotador limpiar la casa y hacer la compra, así que nunca hago las dos cosas el mismo día. Además, cuando toca limpieza suelo tener la comida hecha del día anterior, así garantizo que no haré ninguna otra tarea doméstica y podré ir a trabajar en condiciones. Lo mismo si toca ir al supermercado.

El resto de las tareas son más ligeras, así que puedo combinarlas entre sí.

Algo muy importante que muchas veces olvidamos es que hay otro tipo de tareas más agradables, como leer, ver una película o charlar con alguien que también cansan. Esto puede resultar raro o incluso absurdo porque son tareas que uno elige por gusto, pero eso no significa que no cansen y también hay que dosificarlas. Para mí es impensable salir a comer o cenar después del trabajo. Puedo hacerlo y de hecho lo hago y me gusta, pero sé que luego hay consecuencias y no puedo hacerlo siempre que quiera.

Ver una película o leer un libro son actividades relajantes que sin embargo requieren un cierto nivel de concentración, y aunque no cansen físicamente como lo pueda hacer pasar la aspiradora, también cansan. Cuidado con estas actividades que en principio nos permiten estar sentados cómodamente pero que también nos desgastan a otro nivel.

Resumiendo: nada de acumular tareas porque estamos demasiado cansados. Tarde o temprano tendremos que enfrentarnos al polvo, a la ropa sin planchar y a los exámenes sin corregir si somos profes. Mejor hacer un poquito cada día aunque dé pereza y pensemos que mañana podremos hacerlo. Mañana habrá otras tareas.
Por otra parte, es muy importante tomarse el tiempo necesario. Yo necesito tumbarme media hora después de limpiar la casa, así que procuro levantarme con tiempo suficiente para que al terminar las tareas pueda echarme en la cama un ratito. Esto hace que necesite mucho más tiempo que el resto de la gente para hacer cualquier cosa, pero el resultado merece la pena. Una tarea, un descansito, otra tarea, otro descansito.

Insisto. Agenda y orden. Y descansar un poco después de cada tarea, aunque nos parezca irrelevante o innecesario. Nuestro cuerpo lo agradecerá y nuestro humor también.

(Y ya puestos, a ver si me aplico el cuento, porque esta semana ha sido un horror y llegué al viernes con la casa hecha un nido de monas y la compra sin hacer...)
 
Como decía Scarlett:. Design by Exotic Mommie. Illustraion By DaPino